Ya habían pasado casi tres meses desde la muerte James
y Lily y la captura de Sirius. Sabrina
se había convertido en apenas algo más que una sombra, había perdido, el
apetito, el sueño y las ganas de vivir, de no haber sido por la pequeña
Samantha, quién sabe qué hubiera pasado, afortunadamente la niña era un sol,
apenas si daba qué hacer, era casi como si supiera el dolor por el que estaba
pasando su madrina.
Se negaba a recibir ni la a la profesora McGonagall ni
a Dumbledore. Pero tenía que hacer algo,
no podía seguir allí encerrada, necesitaba demostrar la inocencia de Sirius a
como diera lugar. No tenía idea de qué podía hacer, pero algo tendría que hacer.
Pero al mismo tiempo tenía que pensar en la niña, la pobrecita no tenía a nadie
más y ciertamente no la dejaría en manos de la horrible hermana de Lily. Ella
misma había sido testigo de la cantidad de veces que su amiga intentó acercarse
a Petunia y ésta la rechazaba llamándola fenómeno, no asistió a la boda de sus
amigos y por supuesto no los invitó a la de ella.
Realmente estaba en una encrucijada, por un lado su
necesidad de demostrar la inocencia de Sirius y por la otra el juramento que le
había hecho a sus amigos de cuidar y proteger a sus hijos; en realidad ya se
sentía bastante mal con eso, ya que por Harry, en este momento, no podía hacer
nada.
Así seguían pasando los días y no encontraba una
solución que le pareciera adecuada. Sin embargo, había llegado a la conclusión
de que lo más prudente era esperar a que se calmaran un poco las cosas en el
Ministerio y solicitar una vista, para demostrar la inocencia de Sirius, por lo
menos conseguirle un juicio justo. Pensaba también en sus otros amigos, qué
estarían haciendo, eran muy pocas las noticias que recibía, el profeta hablaba
de capturas de mortífagos y de pérdida de aurores en la tarea, pero por fortuna
en ninguna de esas bajas figuraban ni Alice, ni Frank, ni Remus o Peter, por lo
que suponía que de momento estaban a salvo. Le habría gustado tanto hablar con
Remus, sabía que él la apoyaría. Era una lástima que se hubieran visto
obligados a ocultarle también a él, la existencia de la niña. Dumbledore le
había dicho, que para justificar su ausencia, dirían que estaba en una misión
en el extranjero, pero ahora más que nunca echaba de menos a sus amigos.
Los meses iban pasando a velocidad extrema, sin
embargo para Sabrina todos los días eran iguales, la tristeza se había
instalado en su cuerpo como si de otro órgano vital se tratase. Sin embargo,
hacía todo lo posible por ser una madre alegre y cariñosa para la pequeña.
Una tarde, para sorpresa de la profesora McGonagall,
Sabrina le envió un patronus diciéndole que necesitaba hablarle. Teniendo en
cuenta la cantidad de tiempo que la joven llevaba encerrada y sin querer hablar
con nadie, la profesora se apresuró a terminar con la clase y se dirigió al
área reservada del castillo.
-
Buenas tardes,
profesora, pase por favor – dijo la chica al abrir la puerta.
-
Me alegra mucho que
hayas decidido por fin comunicarte y espero que no sea por nada malo con la
niña.
-
No, profesora, la
niña está perfectamente bien, pero ciertamente necesito pedirle algo.
-
Qué será? –
preguntó intrigada la mujer.
-
Verá, necesito
salir del castillo y que usted se quede con Samantha.
-
Salir del castillo?
Sabes que eso no es posible – dijo con voz autoritaria la profesora.
-
Profesora, llevo
casi dos años aquí, “necesito” de veras salir.
La profesora McGonagall, a pesar de su aspecto severo
no era una persona de mal corazón y se compadeció al ver a la joven en el
estado deplorable en el que se encontraba, y atendiendo a la súplica de su voz
le dijo:
-
No te prometo nada,
tengo que hablar con el director y dependiendo de lo que él me diga entonces
veremos.
-
Gracias profesora.
Después de esta breve conversación, la profesora
McGonagall se fue derecha a hablar con Dumbledore, era muy extraña la petición
de la chica, pero había prometido ayudarla y así lo haría. Llegó a la gárgola
de piedra, pronunció la contraseña y subió. Cuando llamó a la puerta el
director la hizo pasar.
-
Qué la trae por acá
profesora? – preguntó con amabilidad.
-
Se trata de Sabrina
– Dumbledore la miró interrogativamente – quiere salir.
-
Salir? A dónde?
-
No lo dijo, pero
Albus, créeme esa pobre niña necesita realmente distraerse. No digo que no esté
feliz con la pequeña, pero después de todo lo sucedido…
-
No creo que sea
distracción lo que está buscando y es precisamente por todo lo que ha sucedido
es que considero arriesgado que salga.
-
No entiendo – se
extraño la profesora.
-
Me temo, que
intente ir al Ministerio en busca de justicia para Sirius, y usted sabe como
están las cosas en este momento con tantos juicios llevándose a cabo. Yo mismo
ya estoy cansado de asistir a tantos.
Se quedaron un rato en silencio, evaluando la
situación. Dumbledore pensó en ir a hablar con ella, pero si no había pedido
hablar directamente con él es porque aún estaba resentida pensando que él no
quiso hacer nada por Sirius. No, mejor sería que hablara con Minerva.
-
Bien, dígale que
puede salir, pero con varias condiciones. La primera que procure hacerse notar
lo menos posible, ya que todos piensan que está en el extranjero y es de suma
importancia que sigan creyéndolo. Segundo, no debe ir al Ministerio bajo
ninguna circunstancia, y esto profesora, hágale entender que no ayudará en nada
a Sirius en estos momentos. Y por último que no esté fuera más de un día, usted
no puede hacerse cargo de la niña por mucho tiempo. –concluyó.
-
Muy bien, le
transmitiré sus instrucciones y le diré que puede hacerlo mañana, le parece
bien?
-
Si a usted le
conviene mañana, pues que sea mañana.
La profesora se dirigió nuevamente a hablar con
Sabrina. Le transmitió todo el mensaje de Dumbledore haciendo hincapié en los
puntos que él le indicó, pero se sorprendió de que la joven no mostrara la más
leve emoción, pensó que le alegraría saber la noticia, pero parecía que le daba
igual. No entendía muy bien qué estaba sucediendo, pero llegó a la conclusión
de que después de una breve salida y aire fresco, la chica recuperaría algo de
su anterior espíritu.
Al día siguiente la profesora llegó temprano como lo
había prometido, así es que Sabrina se acercó para despedirse de su ahijada con
un beso, pero la niña inexplicablemente comenzó a llorar y se aferró a su
cuello, eso era ciertamente extraño, Samantha pocas veces lloraba y menos de
ese modo, se entretuvo un rato consolándola hasta que la niña con una mirada de
resignación la dejó ir.
Salió de la forma más discreta posible, pero aún
extrañada con la actitud de la niña, no solía comportarse así, pero después de
un momento sonrió y se dijo a sí misma que era apenas natural que la niña
reaccionara así, ya que no estaba acostumbrada a separarse de ella, solo en un
par de ocasiones que había ido a hablar con Dumbledore y había sido por lapsos
breves. Y aunque la niña no tenía modo de saber que se ausentaría por horas, se
imaginó que otra vez se estaba poniendo de manifiesto el poder mágico de la
pequeña, al intuir que su madrina estaría lejos, por más tiempo del habitual.
Tomó nota mental de hablar con
Dumbledore acerca de esto, ya que se acercaba el segundo cumpleaños de Samantha
y ya iba siendo hora de hacer algo para controlar la magia de la niña o esto
les causaría problemas más adelante.
Marchó decidida hacia su primer destino, pero primero,
haciendo uso de su habilidad en
Transformaciones, cambió un poco su aspecto por si se diera el caso de
encontrar a algún conocido. Una vez hecho esto se dirigió a Gringots, su
primera parada. Ahora que solo ella les
quedaba a los gemelos, debía hacer los arreglos pertinentes para que su fortuna
pasara a los niños en el caso de que a ella le ocurriese algo, y de ese modo
asegurar el futuro de los niños, aunque sabía que sus padres les habían dejado
bastante oro, ahora lo suyo también pertenecería a ellos una vez que ella no
estuviera.
Salió de allí satisfecha de haber dejado
arreglado ese asunto. Y ahora se dirigía
a un lugar más doloroso, al cementerio. No había podido asistir al funeral de
sus amigos, pero ahora le dedicaría un tiempo. Llegó sin dificultad a la tumba
de los Potter, pero primero tuvo que esperar que un grupo de magos, se retirara
después de haberles dejado un pequeño ramo a sus amigos, ese gesto la conmovió,
supuso que había mucha gente que visitaría sus tumbas por la historia de lo que
les había sucedido. Se acercó y puso hechizo de alarma, para ser alertada si
alguien se acercaba sin que ella lo notara, y luego se sentó frente a sus
tumbas y lloró, lloró hasta que pensó que no le quedaban lágrimas, lloró toda
su frustración, toda su angustia y todo su dolor. Cuando estuvo un poco más
calmada, les habló, les contó de su hija y de lo felices que estarían si
pudieran verla, les pidió perdón por no poder cuidar de Harry y por último les
habló de Sirius y de su seguridad de que era inocente.
No supo cuánto tiempo permaneció allí, pero cuando se
dispuso a irse, notó que ya el sol estaba bastante bajo, así que tendría que
darse prisa para llegar a su último destino.
Apareció en una calle residencial, pensó en la última
dirección de los amigos, rogando que aún fuera esa y efectivamente una casa se
materializó frente a ella. Avanzó hasta encontrarse frente a la puerta y llamó.
Escuchó pasos apresurados, luego voces que susurraban y por último la voz de un
hombre que reconoció al instante.
-
Quién es? –
preguntó
-
Sabrina –dijo
escuetamente. Escuchó una expresión de asombro.
-
Dónde nació tu
madre? – era ahora la voz de una mujer. Sabrina sonrió.
-
En San Petersburgo
– contestó.
Enseguida se abrió la puerta y pudo escuchar un coro
de risas alegres y vió dos caras que había echado mucho de menos.
-
SABRINA!!!! – gritó
Alice y abrazó a su amiga.
-
Pasen, no se queden
ahí – las instó Frank, y una vez dentro, también abrazó a Sabrina.
Estuvieron conversando alrededor de una hora. Le
preguntaron, por supuesto dónde se había metido, y ella les contó la bien
ensayada historia, de su viaje al extranjero. Le dolía mentirles a sus amigos,
pero era necesario seguir las instrucciones de Dumbledore, ya era mucho con
haber ido a verlos. Les preguntó que si podía ver al pequeño Neville, pero le
dijeron que por seguridad estaba en casa de la madre de Frank. Hablaron de lo
sucedido a los Potter y de lo sucedido con Sirius.
-
Aún me cuesta creer
que haya hecho lo que dicen – dijo Frank
-
Y haces bien –
contestó Sabrina – porque yo estoy segura de que las cosas no son como las
cuentan.
-
Pero querida – dijo
Alice – en qué te basas para afirmarlo de una manera tan categórica?
-
En que él no era el
guardián secreto.
-
Pero qué dices? –
se sorprendió Frank – todos sabemos que Sirius era el mejor amigo de James.
-
Por eso mismo.
Ellos acordaron que mejor fuera alguien de quien fuese más difícil sospechar.
-
Y a quién
escogieron?
-
Eso no lo sé, nunca
me lo dijeron, además recuerda que yo no estaba aquí –dijo vacilante ante esto
último.
-
Pues así es difícil
que se pueda demostrar su inocencia, si no hay nadie que pueda decir quién era
el guardián – concluyó Frank.
-
Pero ustedes me
creen, verdad?
-
Si tu lo dices,
nosotros te creemos Sabrina, pero eso no basta para probarlo –puntualizó Frank
-
Pero llegado el
momento en que me sea posible solicitar un juicio justo, puedo contar con su
ayuda?
-
Claro que sí –
dijeron ambos.
Pasaron un rato más charlando pero llegó la hora en
que debía volver al castillo, sus amigos insistieron en que se quedara a pasar
la noche, les había dicho que a la mañana siguiente debía partir al extranjero
nuevamente, pero ella le dijo que debía reunirse con Dumbledore esa misma
noche. Cuando ya se disponía a salir escucharon una tremenda explosión. Frank
corrió a la ventana y los vio eran mortífagos.
-
Alice, deben haber
atrapado a Gideon Prewet, de otro modo no podrían estar aquí, envía un
patronus, rápido, a la Orden, no podremos solos, son muchos – dijo Frank, desesperado.
Sabrina, sintió que el corazón se le encogía, pensó en
sus amigos, pensó en los gemelos, tenía que salir de esto. Los mortífagos
comenzaron a atacar y derribaron la puerta. La lucha fue brutal pero corta, tal
como había dicho Frank eran muchos. A los pocos minutos de lucha los tenían
atados en el piso.
-
Ahora – dijo la voz
fría de una mujer – quien de ustedes me va a decir dónde está mi señor?
-
Vete al infierno
Bellatrix – gritó Frank
-
Tú irás primero
imbécil, Cruccio.
Frank se retorcía y gritaba de dolor. Las lágrimas
corrían por las mejillas de Alice y las mías que mirábamos impotentes como
torturaban a su marido.
-
Veamos, estas más
dispuesto a colaborar? – dijo la desagradable mujer.
-
Tendrás que
matarme, porque no lo sé y aunque lo supiera no te lo diría – jadeó Frank
-
Con que muy
valiente, no? Veamos que piensa tu insípida mujercita – se volvió hacia Alice –
Cruccio
-
NOOOO – gritó
Frank, pero igual no podía hacer nada.
Después de lo que parecieron siglos, Alice se desplomó
sin sentido. Dónde estaban los miembros de la Orden? Se preguntaba Sabrina
desesperada.
-
Y a quién tenemos
aquí? –dijo Bellatrix mirando a Sabrina – Vaya, vaya. No es esta la estúpida
novia del traidor de mi primo?
Traidor, pensó Sabrina, era a esta mujer a quien tenía
que atrapar para demostrar la inocencia de Sirius, si ella lo llamaba traidor
quedaba demostrado que nunca estuvo bajo las órdenes de Voldemort. Por un
momento se había olvidado del peligro en el que estaba, hasta que sintió un
dolor lacerante, parecía como que el cuerpo entero estuviera ardiendo.
Bellatrix le había lanzado la maldición y ni la había escuchado. No supo por
cuánto tiempo la estuvieron torturando, a lo lejos le parecía escuchar los
gritos de dolor de Frank y de Alice, que había recuperado el conocimiento solo
para ser torturada de nuevo. Poco a poco fue cayendo en una oscuridad opresiva.
Lo último que recordó haber escuchado era ruido de una lucha y se sumergió en
la nada.
Despertó, pero no podía abrir los ojos, sentía un
terrible dolor por dentro. Trató de
abrir los ojos, pero la cabeza le dolía terriblemente. Trató de recordar dónde
estaba y qué había pasado. Escuchaba susurros pero no podía identificar las
voces. Hizo un gran esfuerzo y abrió los ojos. Todo le parecía blanco y le ardían los ojos.
-
Dónde estoy –
preguntó a nadie en particular porque lo que lograba ver, lo veía borroso, como
a través de una niebla muy espesa.
-
No te muevas, trata
de descansar – dijo una voz que le resultaba familiar pero que no lograba
identificar.
-
No puedo, debo… -
qué era lo que debía hacer?
-
Debes descansar
–dijo la voz.
Estaba, perdida, adolorida, desorientada. Dumbledore,
pensó, es Dumbledore.
-
Dumbledore –dijo la
chica
-
Debes descansar
para poder recuperarte – le dijo el anciano director.
-
No, ya sé cómo
ayudar a Sirius. Bellatrix, ella sabe que es inocente.
Dumbledore, la miró con consternación. La pobre
muchacha no sabía en el estado lamentable en el que se encontraba, así que no
le diría que de poco o nada serviría el testimonio de una mortífaga. Así que la
dejó en paz.
-
Tienen que
interrogarla –seguía diciendo la chica con un hilo de voz.
-
Lo haremos, ahora
descansa.
Volvió a caer en esa nada, en la que estaba apenas
consciente de lo que sucedía. Pero de pronto se dio cuenta que hablaban de
ella.
-
Lo siento, profesor
– decía un hombre – ya no hay mucho más que podamos hacer, la destrozaron por
dentro con esas maldiciones, aún no me explico cómo es que aún… – calló al
notar que la chica había abierto los ojos.
El sanador salió y la dejó con Dumbledore, quien la
miró, y la chica vio en sus ojos una profunda tristeza.
-
Alice y Frank?
–preguntó Sabrina.
-
Recuperándose –
mintió el anciano.
-
Profesor, lamento
haberle gritado y… - se interrumpió, cada palabra le costaba un gran esfuerzo,
notó que las lágrimas corrían por sus mejillas.
-
Tranquila, todos en
algún momento de nuestras vidas perdemos el control, y tú tenías sobrados
motivos para ello – dijo Dumbledore.
-
Profesor, cree que
podré ver a Lily y a James? Necesito pedirles perdón.
-
Por qué, tú no has
hecho nada malo.
-
No podré cumplir
con la promesa que les hice, les he fallado – sollozaba con desconsuelo.
-
Claro que podrás
verlos, pero no tienen nada que perdonarte, has hecho cuanto te correspondía
hacer – dijo el profesor.
-
Profesor –dijo la
chica en un susurro apenas audible – júreme que cuidará a los gemelos y que
hará lo posible por demostrar la inocencia de Sirius..
-
Te lo juro
–contestó el profesor
Sabrina vio a
su anciano profesor que la miraba con profundo dolor y por su mejilla corría
una solitaria lágrima, fue lo último que vio antes de que la vida escapara de
cuerpo.
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