La Magia de Harry Potter

Los personajes y el mundo donde se desarrollan las historias que se publicarán en este Blog son de la exclusiva propiedad de J.K. Rowlings, solo la trama y algunos personajes me pertenecen y por esa razón los nombres de los mismos serán utilizados en otras historias. Bienvenidos y espero que disfruten de las historias. Merlina

sábado, 8 de febrero de 2014

Y si todo hubiese sido distinto - cap. 08 -

Más dolor


Ya habían pasado casi tres meses desde la muerte James y Lily y la captura de Sirius.  Sabrina se había convertido en apenas algo más que una sombra, había perdido, el apetito, el sueño y las ganas de vivir, de no haber sido por la pequeña Samantha, quién sabe qué hubiera pasado, afortunadamente la niña era un sol, apenas si daba qué hacer, era casi como si supiera el dolor por el que estaba pasando su madrina.
Se negaba a recibir ni la a la profesora McGonagall ni a Dumbledore.  Pero tenía que hacer algo, no podía seguir allí encerrada, necesitaba demostrar la inocencia de Sirius a como diera lugar. No tenía idea de qué podía hacer, pero algo tendría que hacer. Pero al mismo tiempo tenía que pensar en la niña, la pobrecita no tenía a nadie más y ciertamente no la dejaría en manos de la horrible hermana de Lily. Ella misma había sido testigo de la cantidad de veces que su amiga intentó acercarse a Petunia y ésta la rechazaba llamándola fenómeno, no asistió a la boda de sus amigos y por supuesto no los invitó a la de ella.
Realmente estaba en una encrucijada, por un lado su necesidad de demostrar la inocencia de Sirius y por la otra el juramento que le había hecho a sus amigos de cuidar y proteger a sus hijos; en realidad ya se sentía bastante mal con eso, ya que por Harry, en este momento, no podía hacer nada.
Así seguían pasando los días y no encontraba una solución que le pareciera adecuada. Sin embargo, había llegado a la conclusión de que lo más prudente era esperar a que se calmaran un poco las cosas en el Ministerio y solicitar una vista, para demostrar la inocencia de Sirius, por lo menos conseguirle un juicio justo. Pensaba también en sus otros amigos, qué estarían haciendo, eran muy pocas las noticias que recibía, el profeta hablaba de capturas de mortífagos y de pérdida de aurores en la tarea, pero por fortuna en ninguna de esas bajas figuraban ni Alice, ni Frank, ni Remus o Peter, por lo que suponía que de momento estaban a salvo. Le habría gustado tanto hablar con Remus, sabía que él la apoyaría. Era una lástima que se hubieran visto obligados a ocultarle también a él, la existencia de la niña. Dumbledore le había dicho, que para justificar su ausencia, dirían que estaba en una misión en el extranjero, pero ahora más que nunca echaba de menos a sus amigos.
Los meses iban pasando a velocidad extrema, sin embargo para Sabrina todos los días eran iguales, la tristeza se había instalado en su cuerpo como si de otro órgano vital se tratase. Sin embargo, hacía todo lo posible por ser una madre alegre y cariñosa para la pequeña.
Una tarde, para sorpresa de la profesora McGonagall, Sabrina le envió un patronus diciéndole que necesitaba hablarle. Teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que la joven llevaba encerrada y sin querer hablar con nadie, la profesora se apresuró a terminar con la clase y se dirigió al área reservada del castillo.
-          Buenas tardes, profesora, pase por favor – dijo la chica al abrir la puerta.
-          Me alegra mucho que hayas decidido por fin comunicarte y espero que no sea por nada malo con la niña.
-          No, profesora, la niña está perfectamente bien, pero ciertamente necesito pedirle algo.
-          Qué será? – preguntó intrigada la mujer.
-          Verá, necesito salir del castillo y que usted se quede con Samantha.
-          Salir del castillo? Sabes que eso no es posible – dijo con voz autoritaria la profesora.
-          Profesora, llevo casi dos años aquí, “necesito” de veras salir.
La profesora McGonagall, a pesar de su aspecto severo no era una persona de mal corazón y se compadeció al ver a la joven en el estado deplorable en el que se encontraba, y atendiendo a la súplica de su voz le dijo:
-          No te prometo nada, tengo que hablar con el director y dependiendo de lo que él me diga entonces veremos.
-          Gracias profesora.
Después de esta breve conversación, la profesora McGonagall se fue derecha a hablar con Dumbledore, era muy extraña la petición de la chica, pero había prometido ayudarla y así lo haría. Llegó a la gárgola de piedra, pronunció la contraseña y subió. Cuando llamó a la puerta el director la hizo pasar.
-          Qué la trae por acá profesora? – preguntó con amabilidad.
-          Se trata de Sabrina – Dumbledore la miró interrogativamente – quiere salir.
-          Salir? A dónde?
-          No lo dijo, pero Albus, créeme esa pobre niña necesita realmente distraerse. No digo que no esté feliz con la pequeña, pero después de todo lo sucedido…
-          No creo que sea distracción lo que está buscando y es precisamente por todo lo que ha sucedido es que considero arriesgado que salga.
-          No entiendo – se extraño la profesora.
-          Me temo, que intente ir al Ministerio en busca de justicia para Sirius, y usted sabe como están las cosas en este momento con tantos juicios llevándose a cabo. Yo mismo ya estoy cansado de asistir a tantos.
Se quedaron un rato en silencio, evaluando la situación. Dumbledore pensó en ir a hablar con ella, pero si no había pedido hablar directamente con él es porque aún estaba resentida pensando que él no quiso hacer nada por Sirius. No, mejor sería que hablara con Minerva.
-          Bien, dígale que puede salir, pero con varias condiciones. La primera que procure hacerse notar lo menos posible, ya que todos piensan que está en el extranjero y es de suma importancia que sigan creyéndolo. Segundo, no debe ir al Ministerio bajo ninguna circunstancia, y esto profesora, hágale entender que no ayudará en nada a Sirius en estos momentos. Y por último que no esté fuera más de un día, usted no puede hacerse cargo de la niña por mucho tiempo. –concluyó.
-          Muy bien, le transmitiré sus instrucciones y le diré que puede hacerlo mañana, le parece bien?
-          Si a usted le conviene mañana, pues que sea mañana.
La profesora se dirigió nuevamente a hablar con Sabrina. Le transmitió todo el mensaje de Dumbledore haciendo hincapié en los puntos que él le indicó, pero se sorprendió de que la joven no mostrara la más leve emoción, pensó que le alegraría saber la noticia, pero parecía que le daba igual. No entendía muy bien qué estaba sucediendo, pero llegó a la conclusión de que después de una breve salida y aire fresco, la chica recuperaría algo de su anterior espíritu.
Al día siguiente la profesora llegó temprano como lo había prometido, así es que Sabrina se acercó para despedirse de su ahijada con un beso, pero la niña inexplicablemente comenzó a llorar y se aferró a su cuello, eso era ciertamente extraño, Samantha pocas veces lloraba y menos de ese modo, se entretuvo un rato consolándola hasta que la niña con una mirada de resignación la dejó ir.
Salió de la forma más discreta posible, pero aún extrañada con la actitud de la niña, no solía comportarse así, pero después de un momento sonrió y se dijo a sí misma que era apenas natural que la niña reaccionara así, ya que no estaba acostumbrada a separarse de ella, solo en un par de ocasiones que había ido a hablar con Dumbledore y había sido por lapsos breves. Y aunque la niña no tenía modo de saber que se ausentaría por horas, se imaginó que otra vez se estaba poniendo de manifiesto el poder mágico de la pequeña, al intuir que su madrina estaría lejos, por más tiempo del habitual. Tomó  nota mental de hablar con Dumbledore acerca de esto, ya que se acercaba el segundo cumpleaños de Samantha y ya iba siendo hora de hacer algo para controlar la magia de la niña o esto les causaría problemas más adelante.
Marchó decidida hacia su primer destino, pero primero, haciendo  uso de su habilidad en Transformaciones, cambió un poco su aspecto por si se diera el caso de encontrar a algún conocido. Una vez hecho esto se dirigió a Gringots, su primera parada. Ahora  que solo ella les quedaba a los gemelos, debía hacer los arreglos pertinentes para que su fortuna pasara a los niños en el caso de que a ella le ocurriese algo, y de ese modo asegurar el futuro de los niños, aunque sabía que sus padres les habían dejado bastante oro, ahora lo suyo también pertenecería a ellos una vez que ella no estuviera.
Salió de allí satisfecha de haber dejado arreglado  ese asunto. Y ahora se dirigía a un lugar más doloroso, al cementerio. No había podido asistir al funeral de sus amigos, pero ahora le dedicaría un tiempo. Llegó sin dificultad a la tumba de los Potter, pero primero tuvo que esperar que un grupo de magos, se retirara después de haberles dejado un pequeño ramo a sus amigos, ese gesto la conmovió, supuso que había mucha gente que visitaría sus tumbas por la historia de lo que les había sucedido. Se acercó y puso hechizo de alarma, para ser alertada si alguien se acercaba sin que ella lo notara, y luego se sentó frente a sus tumbas y lloró, lloró hasta que pensó que no le quedaban lágrimas, lloró toda su frustración, toda su angustia y todo su dolor. Cuando estuvo un poco más calmada, les habló, les contó de su hija y de lo felices que estarían si pudieran verla, les pidió perdón por no poder cuidar de Harry y por último les habló de Sirius y de su seguridad de que era inocente.
No supo cuánto tiempo permaneció allí, pero cuando se dispuso a irse, notó que ya el sol estaba bastante bajo, así que tendría que darse prisa para llegar a su último destino.
Apareció en una calle residencial, pensó en la última dirección de los amigos, rogando que aún fuera esa y efectivamente una casa se materializó frente a ella. Avanzó hasta encontrarse frente a la puerta y llamó. Escuchó pasos apresurados, luego voces que susurraban y por último la voz de un hombre que reconoció al instante.
-          Quién es? – preguntó
-          Sabrina –dijo escuetamente. Escuchó una expresión de asombro.
-          Dónde nació tu madre? – era ahora la voz de una mujer. Sabrina sonrió.
-          En San Petersburgo – contestó.
Enseguida se abrió la puerta y pudo escuchar un coro de risas alegres y vió dos caras que había echado mucho de menos.
-          SABRINA!!!! – gritó Alice y abrazó a su amiga.
-          Pasen, no se queden ahí – las instó Frank, y una vez dentro, también abrazó a Sabrina.
Estuvieron conversando alrededor de una hora. Le preguntaron, por supuesto dónde se había metido, y ella les contó la bien ensayada historia, de su viaje al extranjero. Le dolía mentirles a sus amigos, pero era necesario seguir las instrucciones de Dumbledore, ya era mucho con haber ido a verlos. Les preguntó que si podía ver al pequeño Neville, pero le dijeron que por seguridad estaba en casa de la madre de Frank. Hablaron de lo sucedido a los Potter y de lo sucedido con Sirius.
-          Aún me cuesta creer que haya hecho lo que dicen – dijo Frank
-          Y haces bien – contestó Sabrina – porque yo estoy segura de que las cosas no son como las cuentan.
-          Pero querida – dijo Alice – en qué te basas para afirmarlo de una manera tan categórica?
-          En que él no era el guardián secreto.
-          Pero qué dices? – se sorprendió Frank – todos sabemos que Sirius era el mejor amigo de James.
-          Por eso mismo. Ellos acordaron que mejor fuera alguien de quien fuese más difícil sospechar.
-          Y a quién escogieron?
-          Eso no lo sé, nunca me lo dijeron, además recuerda que yo no estaba aquí –dijo vacilante ante esto último.
-          Pues así es difícil que se pueda demostrar su inocencia, si no hay nadie que pueda decir quién era el guardián – concluyó Frank.
-          Pero ustedes me creen, verdad?
-          Si tu lo dices, nosotros te creemos Sabrina, pero eso no basta para probarlo –puntualizó Frank
-          Pero llegado el momento en que me sea posible solicitar un juicio justo, puedo contar con su ayuda?
-          Claro que sí – dijeron ambos.
Pasaron un rato más charlando pero llegó la hora en que debía volver al castillo, sus amigos insistieron en que se quedara a pasar la noche, les había dicho que a la mañana siguiente debía partir al extranjero nuevamente, pero ella le dijo que debía reunirse con Dumbledore esa misma noche. Cuando ya se disponía a salir escucharon una tremenda explosión. Frank corrió a la ventana y los vio eran mortífagos.
-          Alice, deben haber atrapado a Gideon Prewet, de otro modo no podrían estar aquí, envía un patronus, rápido, a la Orden, no podremos solos, son muchos – dijo Frank, desesperado.
Sabrina, sintió que el corazón se le encogía, pensó en sus amigos, pensó en los gemelos, tenía que salir de esto. Los mortífagos comenzaron a atacar y derribaron la puerta. La lucha fue brutal pero corta, tal como había dicho Frank eran muchos. A los pocos minutos de lucha los tenían atados en el piso.
-          Ahora – dijo la voz fría de una mujer – quien de ustedes me va a decir dónde está mi señor?
-          Vete al infierno Bellatrix – gritó Frank
-          Tú irás primero imbécil, Cruccio.
Frank se retorcía y gritaba de dolor. Las lágrimas corrían por las mejillas de Alice y las mías que mirábamos impotentes como torturaban a su marido.
-          Veamos, estas más dispuesto a colaborar? – dijo la desagradable mujer.
-          Tendrás que matarme, porque no lo sé y aunque lo supiera no te lo diría – jadeó Frank
-          Con que muy valiente, no? Veamos que piensa tu insípida mujercita – se volvió hacia Alice – Cruccio
-          NOOOO – gritó Frank, pero igual no podía hacer nada.
Después de lo que parecieron siglos, Alice se desplomó sin sentido. Dónde estaban los miembros de la Orden? Se preguntaba Sabrina desesperada.
-          Y a quién tenemos aquí? –dijo Bellatrix mirando a Sabrina – Vaya, vaya. No es esta la estúpida novia del traidor de mi primo?
Traidor, pensó Sabrina, era a esta mujer a quien tenía que atrapar para demostrar la inocencia de Sirius, si ella lo llamaba traidor quedaba demostrado que nunca estuvo bajo las órdenes de Voldemort. Por un momento se había olvidado del peligro en el que estaba, hasta que sintió un dolor lacerante, parecía como que el cuerpo entero estuviera ardiendo. Bellatrix le había lanzado la maldición y ni la había escuchado. No supo por cuánto tiempo la estuvieron torturando, a lo lejos le parecía escuchar los gritos de dolor de Frank y de Alice, que había recuperado el conocimiento solo para ser torturada de nuevo. Poco a poco fue cayendo en una oscuridad opresiva. Lo último que recordó haber escuchado era ruido de una lucha y se sumergió en la nada.
Despertó, pero no podía abrir los ojos, sentía un terrible dolor por  dentro. Trató de abrir los ojos, pero la cabeza le dolía terriblemente. Trató de recordar dónde estaba y qué había pasado. Escuchaba susurros pero no podía identificar las voces. Hizo un gran esfuerzo y abrió los ojos. Todo le parecía  blanco y le ardían los ojos.
-          Dónde estoy – preguntó a nadie en particular porque lo que lograba ver, lo veía borroso, como a través de una niebla muy espesa.
-          No te muevas, trata de descansar – dijo una voz que le resultaba familiar pero que no lograba identificar.
-          No puedo, debo… - qué era lo que debía hacer?
-          Debes descansar –dijo la voz.
Estaba, perdida, adolorida, desorientada. Dumbledore, pensó, es Dumbledore.
-          Dumbledore –dijo la chica
-          Debes descansar para poder recuperarte – le dijo el anciano director.
-          No, ya sé cómo ayudar a Sirius. Bellatrix, ella sabe que es inocente.
Dumbledore, la miró con consternación. La pobre muchacha no sabía en el estado lamentable en el que se encontraba, así que no le diría que de poco o nada serviría el testimonio de una mortífaga. Así que la dejó en paz.
-          Tienen que interrogarla –seguía diciendo la chica con un hilo de voz.
-          Lo haremos, ahora descansa.
Volvió a caer en esa nada, en la que estaba apenas consciente de lo que sucedía. Pero de pronto se dio cuenta que hablaban de ella.
-          Lo siento, profesor – decía un hombre – ya no hay mucho más que podamos hacer, la destrozaron por dentro con esas maldiciones, aún no me explico cómo es que aún… – calló al notar que la chica había abierto los ojos.
El sanador salió y la dejó con Dumbledore, quien la miró, y la chica vio en sus ojos una profunda tristeza.
-          Alice y Frank? –preguntó Sabrina.
-          Recuperándose – mintió el anciano.
-          Profesor, lamento haberle gritado y… - se interrumpió, cada palabra le costaba un gran esfuerzo, notó que las lágrimas corrían por sus mejillas.
-          Tranquila, todos en algún momento de nuestras vidas perdemos el control, y tú tenías sobrados motivos para ello – dijo Dumbledore.
-          Profesor, cree que podré ver a Lily y a James? Necesito pedirles perdón.
-          Por qué, tú no has hecho nada malo.
-          No podré cumplir con la promesa que les hice, les he fallado – sollozaba con desconsuelo.
-          Claro que podrás verlos, pero no tienen nada que perdonarte, has hecho cuanto te correspondía hacer – dijo el profesor.
-          Profesor –dijo la chica en un susurro apenas audible – júreme que cuidará a los gemelos y que hará lo posible por demostrar la inocencia de Sirius..
-          Te lo juro –contestó el profesor
Sabrina  vio a su anciano profesor que la miraba con profundo dolor y por su mejilla corría una solitaria lágrima, fue lo último que vio antes de que la vida escapara de cuerpo.

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