Dumbledore, ordenó que les llevaran el almuerzo a la
habitación. Después que habían compartido un delicioso almuerzo, el profesor
dio órdenes a Hagrid de que llevase a los niños a hacer las compras, él se
excusó diciendo que tenía un par de cosas importantes que hacer pero que se
encontrarían nuevamente a la hora de la cena. De ese modo cada uno se fue por
su lado.
Lo primero que hicieron fue dirigirse a Gringotts el
banco de los magos. En el camino la gente se quedaba mirándolos con descaro,
cosa que ponía a los chicos muy incómodos.
-
Hagrid – preguntó
Harry – por qué todo el mundo nos mira de esa forma?
-
Bueno Harry –
contestó el hombre – como ya les dijo Dumbledore eres una leyenda, eres la
única persona que ha sobrevivido a una maldición asesina y ahora como si fuera
poco aparece una hermana gemela de la que nadie tenía conocimiento. Pero no te
preocupes por eso ahora, ya te acostumbrarás.
Samantha no estaba muy segura de poder acostumbrarse a
ser mirada como una especie de fenómeno, pero decidió tratar de ignorarlo.
Entraron a Gringotts y les llamó mucho la atención los
pequeños hombres que trabajaban allí, Hagrid les dijo que eran duendes y que
además no eran demasiado amigables.
-
Buenos días – dijo
Hagrid acercándose a uno que estaba desocupado – venimos a retirar un poco de
oro de la cámara de los Potter.
-
Tiene su llave
señor? – preguntó el duende
-
Sí, por aquí la
tengo – dijo Hagrid y empezó a sacar una serie de cosas de sus bolsillos, hasta
que la encontró.
-
Y también tengo una
carta del profesor Dumbledore – dijo Hagrid – es sobre lo que usted ya sabe, en
la cámara setecientos trece.
-
Le diré a alguien
que los acompañe abajo, Griphook – llamó, y se acercó otro duende.
-
Por aquí por favor
– dijo, el llamado Griphook.
Pasaron a un lugar que parecía una cueva, se subieron
a un carrito que iba sobre unos rieles y salieron disparados. Harry en medio
del ruido que hacía el viento le dijo a Samantha que Hagrid le había dicho que
allí había dragones custodiando las cámaras, así que los dos niños se dedicaron
a tratar de mirarlos, pero era algo imposible, iban a una velocidad
endemoniada, hasta que por fin se detuvieron bruscamente.
Cuando el duende abrió la cámara, los chicos se
quedaron asombrados, al ver los montones de monedas, unas de oro, otras de
plata y unas pequeñas de bronce.
-
Todo de ustedes –
dijo Hagrid, sonriente – Las de oro son galeones, las de plata, sickles y las
pequeñas de bronce son knuts, pronto aprenderán a usarlas correctamente. Tomó
unas cuantas monedas y las metió en dos saquitos, y entregó uno a cada uno. –
Esto será suficiente.
Después volvieron al carrito y descendieron aún más
hasta llegar a la cámara setecientos trece. Se imaginaron que al pertenecer al
Colegio, verían en ella tesoros
fabulosos, así que se sorprendieron mucho cuando la encontraron vacía, aunque
no estaba vacía exactamente, Hagrid se apresuró a tomar un pequeño paquetito y
se lo metió rápidamente en el bolsillo. Intrigados los chicos, volvieron a
subir al carrito y regresaron a la superficie.
Hagrid estaba visiblemente descompuesto, así que les
dijo a los chicos que los dejaría un momento mientras él se daba una vuelta por
el Caldero Chorreante. Mientras Hagrid se alejaba tambaleante ellos decidieron
entrar a comprarse las túnicas.
Madame Malkin era una señora alegre y parlanchina, se
llevó a Harry a un lado de la tienda donde estaba un chico rubio probándose la
túnica del colegio, éste los miró y le guiño el ojo a Samantha, quien sintió un
desagrado instantáneo. Aunque Samantha fue conducida hacia otro espacio en la
tienda, podía escuchar la conversación
que tenía su hermano con el rubio. Justo cuando el chico estaba preguntándole a
Harry cual era su nombre Madame Malkin le anunció que lo suyo estaba listo.
-
Bueno nos veremos
en Hogwarts, supongo – dijo a modo de despedida, el rubio y agregó – por
cierto, tienes una hermana muy linda y rió de forma desagradable.
Harry le lanzó una mirada asesina, pero no pudo hacer
ni decir nada porque en ese momento la mujer le estaba metiendo una túnica por
la cabeza.
Salieron de ahí y Hagrid ya los esperaba afuera con
dos grandes helados, pero Harry iba cabizbajo.
-
Qué sucede? –
preguntó Hagrid.
-
Nada – mintió
Harry, y evitó los ojos de su hermana.
-
Qué es el quidditch
Hagrid? – preguntó Harry
-
Vaya se me olvida
lo poco que saben de nuestro mundo.
-
No me hagas sentir
peor – dijo el chico
-
Cómo es eso? –
preguntó el hombre. Y Samantha al ver la incomodidad de su hermano fue la que
contestó
-
Es que Harry estuvo
conversando con chico mientras nos probábamos las túnicas – y le contó la
conversación con el chico pálido.- …y dijo
que los de familia muggle no deberían poder ir a Hogwarts – concluyó.
-
Ustedes no son de
familia muggle, - miró a Harry y dijo – si hubiera sabido quien eres…el ha crecido oyendo tu nombre si es hijo de
magos. Además que sabe él, algunos de los mejores, vienen de familias sin una
gota de magia, miren a su madre y vean la hermana que tuvo.
-
Entonces, qué es el
quidditch? – dijo más animado Harry.
-
Es nuestro deporte, como el fútbol pero se juega
sobre escobas voladoras, es difícil explicárselos, deben verlo.
-
Y qué son Slytherin
y Hufflepuff? – preguntó Samantha.
-
Son casas del
colegio, todos dice que los de Hufflepuff son inútiles, pero…
-
Seguro que yo
estaré ahí – dijo Harry en tono lúgubre.
-
Mejor Hufflepuff
que Slytherin, las brujas y los magos que se volvieron malos, todos habían
estado en Slytherin.
Hagrid les dio de regalo de cumpleaños dos hermosas
lechuzas, una hembra blanca de ojos color ámbar y una de color negro y ojos
verdes. Harry se quedó con la blanca y Samantha con la negra.
Hicieron el resto de sus compras, ya solo les faltaba
la varita y fueron a la tienda de Ollivanders, que según Hagrid era el mejor
fabricante de varitas del mundo. La de Harry resultó ser una varita de acebo y
pluma de fénix, de veintiocho centímetros, la de Samantha una de sauce con pelo
de unicornio y de veintiséis centímetros, muy parecida a la de su madre, según
el señor Ollivanders. Pero la niña iba pensando en lo que dijo el fabricante de
varitas, acerca de la varita de su hermano.
Una vez terminadas sus compras, se dirigieron al
Caldero Chorreante a esperar a Dumbledore como habían quedado.
***********************************************************************************
Dumbledore dejó el Caldero Chorreante y se dirigió
derecho al Ministerio, era momento de hablar con Fudge para explicarle acerca
de Samantha y hacer pública su existencia. Hablaría con el Ministro y le
explicaría todas las circunstancias y dejaría que él tomara las medidas que
creyera pertinentes para hacer pública la noticia. Después de eso se limitaría
a mantener a la prensa alejada de los niños, y eso no revestía mayores
complicaciones, ya que mientras estuviesen en sus respectivas casas, nadie
podía acercarse a ellos, y una vez en el Colegio mucho menos.
Salió del Ministerio y se encaminó hacia su próximo
destino, menos agradable, pero igualmente importante, la casa de los Dursley.
Cuando llegó ante la puerta del número 4 de Privet Drive, suspiró y tocó. Al
poco rato se escucharon pasos apresurados y Petunia Dursley abrió la puerta.
-
Buenas tardes –
dijo Dumbledore con educación – mi nombre es Albus Dumbledore y soy…
-
Ya sé quién es
usted – dijo Petunia con agresividad – lo que quiero saber es que hace en mi
casa?
-
Podría pasar? Lo
que tengo que decirle es realmente importante.
Petunia se apartó, dejándolo pasar, lo hizo seguir
hasta el saloncito y paró frente a él conservando cierta distancia.
-
Diga lo que va a
decir y váyase, no quiero a gente como usted cerca de mi familia.
-
Petunia, Petunia
–dijo Dumbledore – supongamos que me has invitado a sentarme – y se sentó en un
pequeño sofá.
De mala gana Petunia se sentó frente a él. Dumbledore
suspiró nuevamente, como lo había hecho antes de entrar a la casa y comenzó su
relato. En varias ocasiones Petunia quiso interrumpir pero el él no se lo
permitió. Cuando finalizó ella estaba con la boca abierta y cara de espanto.
Dumbledore creyó, ingenuamente, que la cara de espanto se debía a los horrores
por los que había tenido que pasar su hermana, pero se equivocaba
lastimosamente porque cuando Petunia Dursley, recuperó el habla dejó muy clara
su posición.
-
No pretenderá que
me haga cargo también de la otra, no quiero saber nada al respecto, si ha sido
criada en un orfanato que permanezca en él, es más, no entiendo por qué no
enviaron al chico allí también, en primer lugar.
-
Sabes perfectamente
por qué – dijo Dumbledore con dureza – lamento decir que me equivoque contigo,
pensé que el pequeño gesto de ternura que tuviste con tu sobrino al recogerlo
en la puerta de tu casa podría haberse extendido a tu sobrina también. Aunque
era mucho esperar, supongo, sobre todo viendo como ha sido tratado Harry en
estos diez años.
-
Aclaremos algo –
dijo la mujer con desagrado – En primer lugar no fue ternura lo que sentí al
verlo en la puerta de mi casa, solo quería quitarlo de ahí para que los vecinos
no lo vieran, segundo, ese chico no ha sido más que una molestia todos estos
años, tercero, ha permanecido aquí sólo porque usted dijo que si rompía el
pacto que había hecho, aún sin saberlo, algo terrible me sucedería y por último
como ya dije, no quiero a más gente de su clase cerca de mi familia, ustedes
son una desgracia.
Dumbledore se levantó, y aún en contra de sus
refinadas costumbres, se marchó sin siquiera despedirse. Una vez que se
encontraba fuera de alcance se desapareció y apareció en el Caldero Chorreante.
Mientras caminaba había ido calmando la ira que le había producido la
conversación con Petunia. Le costaba creer que hubiera gente tan obtusa. Pensó
en Harry y sintió pena. Pero no podía detenerse a lamentarse demasiado, todavía
quedaba un largo camino por recorrer. Así que subió a reunirse con los niños,
después de comer tendría que enviarlos de nuevo a sus respectivas casas a
aguardar el día de comienzo de clases.
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