La Magia de Harry Potter

Los personajes y el mundo donde se desarrollan las historias que se publicarán en este Blog son de la exclusiva propiedad de J.K. Rowlings, solo la trama y algunos personajes me pertenecen y por esa razón los nombres de los mismos serán utilizados en otras historias. Bienvenidos y espero que disfruten de las historias. Merlina

sábado, 8 de febrero de 2014

Y si todo hubiese sido distinto - cap. 11 -

Compras y revelaciones

Dumbledore, ordenó que les llevaran el almuerzo a la habitación. Después que habían compartido un delicioso almuerzo, el profesor dio órdenes a Hagrid de que llevase a los niños a hacer las compras, él se excusó diciendo que tenía un par de cosas importantes que hacer pero que se encontrarían nuevamente a la hora de la cena. De ese modo cada uno se fue por su lado.
Lo primero que hicieron fue dirigirse a Gringotts el banco de los magos. En el camino la gente se quedaba mirándolos con descaro, cosa que ponía a los chicos muy incómodos.
-          Hagrid – preguntó Harry – por qué todo el mundo nos mira de esa forma?
-          Bueno Harry – contestó el hombre – como ya les dijo Dumbledore eres una leyenda, eres la única persona que ha sobrevivido a una maldición asesina y ahora como si fuera poco aparece una hermana gemela de la que nadie tenía conocimiento. Pero no te preocupes por eso ahora, ya te acostumbrarás.
Samantha no estaba muy segura de poder acostumbrarse a ser mirada como una especie de fenómeno, pero decidió tratar de ignorarlo.
Entraron a Gringotts y les llamó mucho la atención los pequeños hombres que trabajaban allí, Hagrid les dijo que eran duendes y que además no eran demasiado amigables.
-          Buenos días – dijo Hagrid acercándose a uno que estaba desocupado – venimos a retirar un poco de oro de la cámara de los Potter.
-          Tiene su llave señor? – preguntó el duende
-          Sí, por aquí la tengo – dijo Hagrid y empezó a sacar una serie de cosas de sus bolsillos, hasta que la encontró.
-          Y también tengo una carta del profesor Dumbledore – dijo Hagrid – es sobre lo que usted ya sabe, en la cámara setecientos trece.
-          Le diré a alguien que los acompañe abajo, Griphook – llamó, y se acercó otro duende.
-          Por aquí por favor – dijo, el llamado Griphook.
Pasaron a un lugar que parecía una cueva, se subieron a un carrito que iba sobre unos rieles y salieron disparados. Harry en medio del ruido que hacía el viento le dijo a Samantha que Hagrid le había dicho que allí había dragones custodiando las cámaras, así que los dos niños se dedicaron a tratar de mirarlos, pero era algo imposible, iban a una velocidad endemoniada, hasta que por fin se detuvieron bruscamente.
Cuando el duende abrió la cámara, los chicos se quedaron asombrados, al ver los montones de monedas, unas de oro, otras de plata y unas pequeñas de bronce.
-          Todo de ustedes – dijo Hagrid, sonriente – Las de oro son galeones, las de plata, sickles y las pequeñas de bronce son knuts, pronto aprenderán a usarlas correctamente. Tomó unas cuantas monedas y las metió en dos saquitos, y entregó uno a cada uno. – Esto será suficiente.
Después volvieron al carrito y descendieron aún más hasta llegar a la cámara setecientos trece. Se imaginaron que al pertenecer al Colegio,  verían en ella tesoros fabulosos, así que se sorprendieron mucho cuando la encontraron vacía, aunque no estaba vacía exactamente, Hagrid se apresuró a tomar un pequeño paquetito y se lo metió rápidamente en el bolsillo. Intrigados los chicos, volvieron a subir al carrito y regresaron a la superficie.
Hagrid estaba visiblemente descompuesto, así que les dijo a los chicos que los dejaría un momento mientras él se daba una vuelta por el Caldero Chorreante. Mientras Hagrid se alejaba tambaleante ellos decidieron entrar a comprarse las túnicas.
Madame Malkin era una señora alegre y parlanchina, se llevó a Harry a un lado de la tienda donde estaba un chico rubio probándose la túnica del colegio, éste los miró y le guiño el ojo a Samantha, quien sintió un desagrado instantáneo. Aunque Samantha fue conducida hacia otro espacio en la tienda,  podía escuchar la conversación que tenía su hermano con el rubio. Justo cuando el chico estaba preguntándole a Harry cual era su nombre Madame Malkin le anunció que lo suyo estaba listo.
-          Bueno nos veremos en Hogwarts, supongo – dijo a modo de despedida, el rubio y agregó – por cierto, tienes una hermana muy linda y rió de forma desagradable.
Harry le lanzó una mirada asesina, pero no pudo hacer ni decir nada porque en ese momento la mujer le estaba metiendo una túnica por la cabeza.
Salieron de ahí y Hagrid ya los esperaba afuera con dos grandes helados, pero Harry iba cabizbajo.
-          Qué sucede? – preguntó Hagrid.
-          Nada – mintió Harry, y evitó los ojos de su hermana.
-          Qué es el quidditch Hagrid? – preguntó Harry
-          Vaya se me olvida lo poco que saben de nuestro mundo.
-          No me hagas sentir peor – dijo el chico
-          Cómo es eso? – preguntó el hombre. Y Samantha al ver la incomodidad de su hermano fue la que contestó
-          Es que Harry estuvo conversando con chico mientras nos probábamos las túnicas – y le contó la conversación con el chico pálido.- …y dijo  que los de familia muggle no deberían poder ir a Hogwarts – concluyó.
-          Ustedes no son de familia muggle, - miró a Harry y dijo – si hubiera sabido quien eres…el  ha crecido oyendo tu nombre si es hijo de magos. Además que sabe él, algunos de los mejores, vienen de familias sin una gota de magia, miren a su madre y vean la hermana que tuvo.
-          Entonces, qué es el quidditch? – dijo más animado Harry.
-          Es  nuestro deporte, como el fútbol pero se juega sobre escobas voladoras, es difícil explicárselos, deben verlo.
-          Y qué son Slytherin y Hufflepuff? – preguntó Samantha.
-          Son casas del colegio, todos dice que los de Hufflepuff son inútiles, pero…
-          Seguro que yo estaré ahí – dijo Harry en tono lúgubre.
-          Mejor Hufflepuff que Slytherin, las brujas y los magos que se volvieron malos, todos habían estado en Slytherin.
Hagrid les dio de regalo de cumpleaños dos hermosas lechuzas, una hembra blanca de ojos color ámbar y una de color negro y ojos verdes. Harry se quedó con la blanca y Samantha con la negra.
Hicieron el resto de sus compras, ya solo les faltaba la varita y fueron a la tienda de Ollivanders, que según Hagrid era el mejor fabricante de varitas del mundo. La de Harry resultó ser una varita de acebo y pluma de fénix, de veintiocho centímetros, la de Samantha una de sauce con pelo de unicornio y de veintiséis centímetros, muy parecida a la de su madre, según el señor Ollivanders. Pero la niña iba pensando en lo que dijo el fabricante de varitas, acerca de la varita de su hermano.
Una vez terminadas sus compras, se dirigieron al Caldero Chorreante a esperar a Dumbledore como habían quedado.
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Dumbledore dejó el Caldero Chorreante y se dirigió derecho al Ministerio, era momento de hablar con Fudge para explicarle acerca de Samantha y hacer pública su existencia. Hablaría con el Ministro y le explicaría todas las circunstancias y dejaría que él tomara las medidas que creyera pertinentes para hacer pública la noticia. Después de eso se limitaría a mantener a la prensa alejada de los niños, y eso no revestía mayores complicaciones, ya que mientras estuviesen en sus respectivas casas, nadie podía acercarse a ellos, y una vez en el Colegio mucho menos.
Salió del Ministerio y se encaminó hacia su próximo destino, menos agradable, pero igualmente importante, la casa de los Dursley. Cuando llegó ante la puerta del número 4 de Privet Drive, suspiró y tocó. Al poco rato se escucharon pasos apresurados y Petunia Dursley abrió la puerta.
-          Buenas tardes – dijo Dumbledore con educación – mi nombre es Albus Dumbledore y soy…
-          Ya sé quién es usted – dijo Petunia con agresividad – lo que quiero saber es que hace en mi casa?
-          Podría pasar? Lo que tengo que decirle es realmente importante.
Petunia se apartó, dejándolo pasar, lo hizo seguir hasta el saloncito y paró frente a él conservando cierta distancia.
-          Diga lo que va a decir y váyase, no quiero a gente como usted cerca de mi familia.
-          Petunia, Petunia –dijo Dumbledore – supongamos que me has invitado a sentarme – y se sentó en un pequeño sofá.
De mala gana Petunia se sentó frente a él. Dumbledore suspiró nuevamente, como lo había hecho antes de entrar a la casa y comenzó su relato. En varias ocasiones Petunia quiso interrumpir pero el él no se lo permitió. Cuando finalizó ella estaba con la boca abierta y cara de espanto. Dumbledore creyó, ingenuamente, que la cara de espanto se debía a los horrores por los que había tenido que pasar su hermana, pero se equivocaba lastimosamente porque cuando Petunia Dursley, recuperó el habla dejó muy clara su posición.
-          No pretenderá que me haga cargo también de la otra, no quiero saber nada al respecto, si ha sido criada en un orfanato que permanezca en él, es más, no entiendo por qué no enviaron al chico allí también, en primer lugar.
-          Sabes perfectamente por qué – dijo Dumbledore con dureza – lamento decir que me equivoque contigo, pensé que el pequeño gesto de ternura que tuviste con tu sobrino al recogerlo en la puerta de tu casa podría haberse extendido a tu sobrina también. Aunque era mucho esperar, supongo, sobre todo viendo como ha sido tratado Harry en estos diez años.
-          Aclaremos algo – dijo la mujer con desagrado – En primer lugar no fue ternura lo que sentí al verlo en la puerta de mi casa, solo quería quitarlo de ahí para que los vecinos no lo vieran, segundo, ese chico no ha sido más que una molestia todos estos años, tercero, ha permanecido aquí sólo porque usted dijo que si rompía el pacto que había hecho, aún sin saberlo, algo terrible me sucedería y por último como ya dije, no quiero a más gente de su clase cerca de mi familia, ustedes son una desgracia.
Dumbledore se levantó, y aún en contra de sus refinadas costumbres, se marchó sin siquiera despedirse. Una vez que se encontraba fuera de alcance se desapareció y apareció en el Caldero Chorreante. Mientras caminaba había ido calmando la ira que le había producido la conversación con Petunia. Le costaba creer que hubiera gente tan obtusa. Pensó en Harry y sintió pena. Pero no podía detenerse a lamentarse demasiado, todavía quedaba un largo camino por recorrer. Así que subió a reunirse con los niños, después de comer tendría que enviarlos de nuevo a sus respectivas casas a aguardar el día de comienzo de clases.

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