La Magia de Harry Potter

Los personajes y el mundo donde se desarrollan las historias que se publicarán en este Blog son de la exclusiva propiedad de J.K. Rowlings, solo la trama y algunos personajes me pertenecen y por esa razón los nombres de los mismos serán utilizados en otras historias. Bienvenidos y espero que disfruten de las historias. Merlina

sábado, 8 de febrero de 2014

Y si todo hubiese sido distinto - cap. 09 -

El Orfanato

Dumbledore se encontraba sentado en el sillón frente a su escritorio, repasando mentalmente los últimos sucesos acaecidos. Voldemort había desaparecido por el momento, pero su estela de odio y maldad aún amenazaba al mundo mágico y anoche se había cobrado tres vidas más Frank y Alice Longbothom en el hospital y Sabrina fallecida. Tres niños a los que se les presentaba un futuro difícil. Tenía que tomar una decisión y tenía que hacerlo inmediatamente. Se levantó del sillón y salió de su despacho rumbo al ala privada del castillo.
-          Albus, por fin –exclamó la profesora McGonagall – qué pasó?
-          No sobrevivió. – dijo con pesar - Los sanadores hicieron cuanto pudieron pero estaba muy dañada.
-          Santo cielo, y ahora qué sucederá con la niña? La llevará con los muggles también?
-          No, aparte de que no la recibirían, aún no ha pasado el peligro.
-          Entonces, qué se va a hacer con ella?
-          Bueno, está claro que en el castillo no puede quedarse porque no tenemos a nadie a quien confiársela, en el mundo mágico aún corre peligro, así que su única oportunidad está en el mundo muggle.
-          Pero usted dijo…
-          No me refiero a sus tíos, irá a un orfanato.
-          Dumbledore –dijo la profesora con indignación – la hija de Lily y James Potter a un orfanato? Eso es…es…
Pero al parecer no encontró las palabras adecuadas para expresar su ira. Solo pensar en la situación la hacía sentir enferma.
-          Profesora tranquilícese, el lugar al que pienso llevarla, no es solo seguro, sino que la cuidaran y la trataran bien.
-          En esos lugares no tratan bien a nadie. Además, podría ser adoptada por una familia muggle.
-          Créame profesora eso no sucederá.
-          Cómo puede estar tan seguro?
-          Mi querida profesora, los muggles no adoptan a niños magos o brujas, tiene que ver con un rechazo instintivo relacionado con la magia que los rodea, y si de algo podemos estar seguros es que esta pequeñita tiene grandes dosis de magia consigo.
Dicho esto y aunque la profesora McGonagall aún no estaba muy convencida del buen  juicio de esa decisión, le entregó la pequeña al profesor. Con lágrimas en los ojos la despidió sabiendo que no volvería a verla hasta dentro de nueve años.
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Dumbledore se apareció en un prado, la primavera y toda su explosión de color se percibía mejor en el campo, este era un lugar lleno de colores brillantes, el olor floral llenaba el ambiente y el canto de las aves alegraba el lugar. No muy lejos de allí se divisaba una construcción grande de piedra sólida, antes de proseguir su camino decidió modificar su atuendo, de modo de no llamar tanto la atención de los habitantes del lugar a donde se dirigía. Unos momentos después estuvo frente a las puertas. El lugar sería el más improbable de imaginar, era un Convento, en ese lugar se dedicaban a recibir niños abandonados y empleaban sus buenos oficios en conseguirles hogares apropiados. Llamó y en seguida fue atendido.
-          Buenos días, en que puedo servirle – preguntó la dulce voz de una mujer.
-          Buenos días, sería tan amable de conducirme hasta la madre Cecilia? – preguntó
-          Sígame – invitó la religiosa, sin hacer preguntas.
Recorrieron varios pasillos y subieron varios tramos de escaleras. A lo lejos se oían risas, indudablemente había niños jugando en algún lugar no muy lejos.
-          Tienen muchos niños estos días – dijo el profesor
-          Siempre son muchos, pobrecillos y pocas las almas caritativas que los acojan.
Aunque la madre no había hecho preguntas, era fácil imaginar la razón de la visita de aquel extraño hombre, demasiado anciano y con una pequeña en brazos, sin duda otra criatura que pasaría a residir en aquel lugar.
Llegaron ante una gruesa puerta de madera. La hermana llamó y recibió la orden entrar. Anunció al extraño visitante, lo hizo pasar y se retiró discretamente.
-          Albus Dumbledore – dijo la Madre Cecilia, con cierto deje de diversión en la voz – no pensé que volvería a verte algún día.
-          Cecilia, yo también me alegro de volver a verte.
-          Siéntate, nunca fuimos tan amigos como para merecer una visita de cortesía y por la compañía que traes – dijo viendo a la pequeña – dudo mucho que lo sea. Cuál es la historia? Porque tú estás demasiado viejo como para que sea tuya, amén de que es muy linda.
-          No dice algo tu religión – dijo divertido Dumbledore – acerca de la compasión y la misericordia, porque no estás demostrando mucho de eso.
La Madre Cecilia era hija de un Squib al que Dumbledore había ayudado hacía muchísimos años atrás, el agradecimiento del hombre lo heredó la hija, y aunque como dijo nunca habían sido grandes amigos Dumbledore siempre estuvo al corriente de su vida y ocasionalmente se vieron. Ella era una persona alegre y llena de vida, ya estaba bastante mayor, por supuesto, pero aún conservaba ese espíritu y como es claro tenía vastos conocimientos acerca del mundo mágico pero a pesar de que su religión condenaba la magia como algo maligno, ella mantenía la diplomática posición de que ambas contaban las mismas historias con diferente lenguaje.
Dumbledore habló mucho tiempo con ella contándole la historia de la pequeña Samantha. Y las razones por las que necesitaba que le dieran acogida.
-          Sabes que no podría negarme, aquí será bienvenida.
-          Gracias, supongo que de más está decirte que no intentes que alguna familia la adopte, no resultaría.
-          Me lo imagino.
-          Vendré por ella al cumplir los once años para que ingrese a la escuela, pero deberá regresar siempre en verano al menos algunos días, a medida que vaya creciendo irá haciendo amigos y estos la invitaran a pasar los veranos con sus familias.
-          Muy bien, yo me encargaré, y si yo no estuviera para entonces, dejaré instrucciones al respecto.
-          Si tú no estuvieras? No estarás pensando en cambiar de lugar a estas alturas.
-          Ja, claro que no – rió con ganas la religiosa – pero nuestro promedio de vida es considerablemente menor que el de los magos, y yo ya estoy bastante vieja.
-          Lo siento, no quise ser imprudente – dijo Dumbledore apenado, y la mujer volvió a reír con ganas al ver el embarazo del anciano.
Dumbledore le agradeció nuevamente y se despidieron. Cuando llegó a la colina donde se había aparecido se volvió hacia la construcción, la miró y dijo:
-          Al igual que tu gemelo, crecerás sin tu familia, pero es probable que tengas más amor. Buena suerte Samantha Potter, te veré en unos años – dicho esto, lanzó un último encantamiento, se giró y desapareció.
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Las cosas en el mundo mágico se iban estabilizando, los Lestrange fueron enviados a Azkaban.  La noche del ataque a los Longbothom y a Sabrina, fueron atrapados por los aurores y posteriormente llevados a juicio, lo curioso es que el hijo de Crouch estaba entre ellos, y aunque gritaba que era inocente fue atrapado y enjuiciado junto con ellos y enviado a Azkaban también. Sirius vio cuando llevaron a su prima, si hubiera sabido por qué estaba ahí, la habría matado con sus propias manos.
A Dumbledore le volvieron a pedir que aceptara la cartera de Ministro de Magia, pero nuevamente la rechazó argumentando que nunca dejaría Hogwarts, así que Cornelius Fudge fue nombrado ministro. El señor Croch cayó en desgracia después de lo de su hijo.
El jugador de quidditch  Ludo Bagman también fue enjuiciado pero fue hallado inocente. Severus Snape también fue acusado pero nunca lo enjuiciaron porque Dumbledore respondió por él.
En suma la comunidad mágica poco a poco fue retornando a la normalidad.
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Los años iban pasando y los gemelos iban creciendo, por su parte Harry como un marginado con su familia. No lograba entenderlo, siempre era acusado de cualquier cosa, extraña o no, que sucediera a su alrededor, lo trataban como si fuera algo peligroso, hasta la más tonta de las ideas les parecía ofensiva. Aunque debía admitir que algunas cosas no eran del todo normales y aunque no les encontraba explicación tampoco creía merecer los castigos que le endilgaban. Ciertamente no podía explicar como por el temor a ir con un ridículo corte de cabello que la había hecho tía Petunia, al día siguiente lo tenía exactamente igual a antes del corte, en realidad su cabello crecía de esa absurda manera siempre. Tampoco podía explicar cómo un día mientras corría para escapar de su primo y su pandilla había terminado en el techo de la escuela. En realidad tenía que admitir que le sucedían cosas muy extrañas.
Además estaba aquella extraña sensación de que había alguien esperando por él en algún lugar, aunque sabía que no tenía más familia que sus tíos soñaba con que algún día vendría alguien por él y le diría que ya no tenía que vivir más allí. Aparte de eso había extraños en la calle que a veces lo saludaban, pero cuando intentaba acercarse estos desaparecían. Sí, en realidad tenía una vida muy extraña.
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Muy lejos de allí en algún lugar de Escocia, había una niña tendida en el suelo mirando el cielo, las monjitas decían que sus padres se habían ido al cielo pero aunque se había pasado la vida mirándolo, no  lograba verlos. Las monjitas eran muy buenas y la querían mucho, sobre todo la madre Cecilia, pero ella nunca había logrado sentirse parte de ese lugar, ella sabía que era diferente, pero desde que podía recordar había tratado de que no se notara mucho, especialmente desde que la madre Teresa había entrado en su cuarto y había visto algunas cosas volando por la habitación y había salido corriendo en busca del padre Joseph, por suerte la que vino fue la madre Cecilia y había tenido una larga conversación con ella, le había preguntado si tenía algo que ver con lo que había pasado, a la madre Cecilia no podía mentirle y no quería hacerlo así que le dijo que sí.
La madre le explicó que no había nada de malo en ella, pero que era mejor que no hiciera esas cosas porque asustaba a los demás, la pequeña no entendió por qué debían asustarse, pero la madre era tan buena con ella que no quiso contrariarla y a partir de entonces, no es que había dejado de hacer cosas extrañas, pero  procuraba que nadie la viera, pero aún así la madre Teresa evidenciaba que no la quería.
 En ese lugar no podían hacerse muchos amigos, habían niños que llegaban y se iban, unos duraban más tiempo que otros, pero finalmente se iban. Incluso Mary, una niña de su misma edad que había permanecido casi tanto tiempo como ella, pero hacía poco también ella se marchó.
En la escuela les enseñaban muchas cosas, a ella le encantaba estudiar y aprendía muy de prisa, pero lo que más le gustaba era leer, le encantaban los cuentos que hablaban de castillos y princesas, de brujas,  dragones y aventuras. Dos o tres veces al año los llevaban de  paseo a algún lugar interesante. En uno de esos paseos los llevaron a un antiguo castillo, ese día fue tremendamente divertido, había visto un fantasma, lo había seguido y había hablado con él, claro el fantasma quiso burlarse de ella diciéndole que si lo podía ver es porque era una bruja, solo se lo contó a la madre Cecilia y ella se rió mucho.
Había dos cosas que la inquietaban mucho, siempre había tenido la sensación de que había alguien a quien debía encontrar, en el fondo de su corazón algo le decía que era importante. Y lo otro es que creía que tenía una salud extraña de pronto sentía dolores como si la estuvieran golpeando y siempre le salían moretones después de eso, era algo para lo que el médico que los atendía no tenía explicación.
Pero lo que la ocupaba por esos días era que mañana cumpliría once años y las monjitas cada año le hacían un pastel muy rico ese día. De pronto escuchó que la llamaban, seguro que se le había hecho tarde otra vez para la hora de la comida, si era así le esperaba una buena regañina, corrió tan aprisa como pudo pero no tanto para que no le pasara lo que le pasó en una oportunidad que por correr tanto el viento la elevó y terminó en el techo del granero.
-          Samantha niña, dónde te habías metido – dijo la hermana – la madre Cecilia quiere verte.
La niña salió disparada hacia el despacho de la madre,  llegó sin aliento ante la puerta y llamó, cuando le dieron permiso para pasar, así lo hizo. En el despacho se encontraba un anciano así que se detuvo y dijo:
-          Lo siento madre, pero la hermana Margarita me dijo que me llamaba, puedo volver más tarde.
-          No hija pasa, pasa.
La niña termino de ingresar al despacho y miro disimuladamente al anciano señor que se encontraba allí.
-          Samantha, este es el profesor Albus Dumbledore, y viene a hablar contigo.
La pequeña abrió mucho los ojos, ya estaba a mitad de camino a darle la mano, cuando se percató de lo que había dicho la madre. A hablar conmigo? – se preguntó
-          Hola Samantha – dijo el hombre extendiendo la mano para tomar la suya.
Enseguida Samantha tuvo la extraña sensación de conocerlo y eso se tradujo en una inmediata sonrisa. Ese hombre era alguien en quien se podía confiar y habitualmente ella no se equivocaba en sus juicios.
-          Bien Albus, los voy a dejar solos para que conversen a gusto
-          No es necesario, preferiría que esta linda damita y yo diéramos un paseo por ese hermoso jardín que tienen aquí. Si ella está de acuerdo, por supuesto.
Samantha sonrió, extendió su mano y salieron. Caminaron hasta el jardín en silencio comenzaron a caminar y él se interesó por las flores y Samantha le decía sus nombres.
Llegaron a un extremo del jardín y Dumbledore le preguntó si podían sentarse allí a lo que la niña le respondió afirmativamente. Se sentaron y el profesor comenzó a hablar.
-          Supongo que te estarás preguntando por qué estoy aquí y qué es lo que tengo que decirte?
Las monjitas le habían dicho que ser curiosa no era bueno, pero al mismo tiempo a este hombre al igual que a la madre Cecilia, no se le podía mentir. Así que hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
-          Bien,  en primer lugar vengo a ofrecerte ingresar en del colegio el cual soy director – dijo.
La niña abrió mucho los ojos y ahora si ni modo, había que preguntar.
-          Y qué colegio es ese? Por qué viene a ofrecerme entrar a él? Quién es usted? – lo dijo todo de carrerilla.
-          A ver vamos despacio, en cuanto a quien soy ya lo sabes, pero te lo repetiré, soy Albus Dumbledore y soy director del Colegio Hogwarts, y el motivo por el que vengo a ofrecerte ingresar a él es porque estas inscrita desde que naciste.
-          Desde que nací – repitió la niña, su mente trabajaba a toda prisa – entonces usted conoció a mis padres – no era una pregunta, era una afirmación.
-          Así es, los conocí. – dijo y esperó pacientemente que la niña siguiera preguntando, pero como el silencio se prolongaba, pregunto – Hay algo más que desees preguntar, no lo consideraré grosero pregunta todo lo que desees.
La niña volvió a abrir mucho los ojos, acaso le había leído la mente, estaba pensando justamente en si sería grosero hacer demasiadas preguntas.
-          Qué colegio es ese, he leído acerca de muchos colegios y ese nunca lo he visto mencionado en los libros.
-          Ahhh es que se trata de un colegio muy especial – dijo – es un colegio de Magia y Hechicería
Ahora si es verdad que su imaginación se descarriló. Magia, había dicho magia? Acaso este hombre pretendía burlarse de ella, tan pronto lo pensó se arrepintió, claro que no, no se estaba burlando, pero entonces…no podía ser…lo miró con los ojos muy abiertos y con  la pregunta escrita en ellos.
-          Si, pequeña eres una bruja.
-          Y mis padres, también? – preguntó vacilante
-          Si, así es, ellos también.
-          Pero entonces como es que terminé en un lugar como este?
-          Por qué dices eso, acaso lo has pasado mal aquí?
-          No, no, me han tratado muy bien, pero ya sabe, aquí la magia se considera algo malo.
-          No todos lo ven así, no es cierto? – preguntó – la madre Cecilia por ejemplo.
-          Bueno, si – dijo confundida.
-          Pero aún no me has contestado, aceptas la plaza?
-          Claro, que sí – contestó la niña
-          Fantástico – exclamó Dumbledore alborozado – entonces mañana vendré por ti para llevarte a comprar tus cosas.
-          Pero profesor – dijo la niña, súbitamente preocupada – yo no tengo dinero
-          No te preocupes por eso, tus padres dejaron dinero para tu educación. Ahora permíteme ir  a despedirme de la madre Cecilia y prepárate porque mañana vendré temprano por ti.
-          Profesor – dijo sonriente la pequeña – mañana es mi cumpleaños y creo que será el mejor cumpleaños de mi vida. Hasta mañana – se despidió y salió corriendo.
-          No te lo imaginas aún.
Esa misma noche, mientras Samantha permanecía despierta, en una cabaña sobre un peñasco muy lejos de allí, su hermano recibía la misma noticia que ella había recibido más temprano, solo que él tardó un poco más en creerlo.
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El Callejón Diagon estaba muy concurrido esa mañana, apenas entraron Samantha se sintió transportada a otro mundo, “su” mundo, miraba a todos lados y ya había perdido el temor de preguntar, así que preguntaba y preguntaba. En determinado momento el Profesor se detuvo bruscamente.
-          Hagrid, no era aquí donde nos reuniríamos.
-          Lo siento profesor, lo que sucede es que…por las barbas de Merlín son…
A Dumbledore le divirtió la cara de sorpresa de Hagrid, por supuesto ya lo había puesto al corriente de la existencia de Samantha y de hecho iban a reunirse en el Caldero Chorreante en una habitación para que los niños se conocieran. En ese momento un niño salió a la carrera de la tienda frente a la que estaban parados y chocó violentamente contra Samantha y ambos cayeron, cuando se levantaron ambos se miraron con idéntica cara de sorpresa, era como si estuviesen parados frente a un espejo y  ambos abrieron la boca para formar una cómica  “o” con la boca de la que no salió ningún sonido.

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